Por: Lic. F. González Peña.
Ciudad de México.- El PRI ha muerto, lo mataron sus propios dirigentes, Alejandro MORENO Cárdenas (Alito), le dio la ultima estocada este 7 de julio, al aprobar una serie de cambios a sus estatutos, mediante una simulación de asamblea organizada con un grupusculo de incondicionales, permitiendo con ello que el representante priista, que no dirigente, porque no dirige, mucho menos liderea nada en absoluto, pueda reelegirse, incluso, según
se dice, hasta el 2032.Alito escribio el epitafio al promover cambios a los estatutos de su partido para reelegirse y perpetuarse como dirigente de un partido que perdió su fortaleza cuando perdio a su militancia.
Esa militancia se esfumó cuando los depredadores se apoderaron del partido y lo llevaron a la derrota, negociando fuero personal, familiar y de grupo, enterrando, incluso, a sus propios candidatos mediante oscuras negociaciones con el poder en turno.
El otrora partidazo fue víctima de la voracidad de sus dirigentes, también de la ausencia de valores civicos, insensibilidad y carencia de adoctrinamiento político y social.
Lejos están, Alito y sus secueces, de representar los verdaderos ideales que dieron origen a ese instituto político que le dio paz, tranquilidad, orden y estructura a nuestro país, durante casi 90 años.
Llegaron a aniquilar lo poco que quedaba de un partido sometido al desprestigio, a la deshonra de muchos que en ese partido se hicieron políticos, del partido al que le deben todo, y del que ahora se averguenzan porque se dicen militantes y creadores de un movimiento nuevo.
Alito acusa a los que le permitieron formar parte del grupo de politicos que caminaron en ese partido, donde obtuvo significativos cargos que lo llevaron a donde ahora esta y desde donde pretende adueñarse de los rescoldos del disminuido partidazo.
Ya no queda mucho del partido político que fue fundado para organizar a nuestro país y que pudiera transitar de un movimiento revolucionario armado a un sistema organizado con elecciones y partidos, pero sobre todo para apaciguar los ánimos de quienes se sentían herederos de las distintas regiones y de los cargos de elección.
Alito y su grupo mataron a su partido, lo asesinaron a mansalva, le aplicaron el más burdo y descarado madruguete, al viejo estilo de los priistas de la decada setentera, se reunieron a puerta cerrada, sin presencia de la prensa, tan vapuleada y golpeteada en estos tiempos, y alli en privado, en lo oscurito, sin más testigos que sus propios testaferros, Alito le dio el tiro de gracia a su partido.
Tanto amor obtuvo y recibió del PRI, que en desbordada pasión dominguera, Alejandro Moreno terminó por matar a su decrépito manto protector ya bastante disminuido, por cierto.
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